“Quizás se tache de exagerada e injusta está crítica de la organización de
nuestra justicia criminal. ¡Ojalá que lo fuera! Pero el Ministro que suscribe
no manda en su razón, y está obligado a decir a V.M.: la verdad tal como la
siente; que las llagas sociales no se curan ocultándolas, sino al revés,
midiendo su extensión y profundidad, y estudiando su origen y naturaleza para
aplicar el oportuno remedio. En sentir
del que suscribe, solo por la costumbre se puede explicar que el pueblo
español, tan civilizado y culto y que tantos progresos ha hecho en lo que va de
siglo en la ciencia, en el arte, en la industria y en su educación política, se
resigne a un sistema semejante, mostrándose indiferente o desconociendo sus
vicios y peligros, como no los aprecia ni mide, el que habituado a respirar en
atmósfera mal sana, llega a la asfixia sin sentirla. El extranjero que estudia la organización de
nuestra justicia criminal, al vernos apegados a un sistema ya caduco y
desacreditado en Europa y América, tiene por necesidad que formar una idea injusta
y falsa de la civilización y cultura españolas”.
El paralelismo entre la necesidad de cambio normativo de hace 130 años y las necesidades del momento actual son evidentes. El proceso penal ha de cambiar porque el diseñado de modo transitorio por el legislador del siglo XIX hoy está ya "caduco y desacreditado en Europa y América", ya que no ofrece las garantías que univsersalmente se exigen hoy en el enjuiciamiento penal. Pero hoy, como hace 130 años, los españoles nos hemos acostumbrado. Nos hemos acostumbrado no solo a un proceso lleno de vicios y peligros, "como no los aprecia ni mide, el que habituado a respirar en atmósfera mal sana, llega a la asfixia sin sentirla". Nos hemos acostumbrado a la corrupción, a soportar abusos, a no reaccionar cuando nos agreden. Los fiscales nos hemos acostumbrado tanto como el que más. Soportamos la arbitrariedad en los nombramientos (arbitrarios porque no se motivan jamás); soportamos sin reacción la inexistencia de baremos de trabajo con lo que muchos compañeros se tienen que aguantar padeciendo abusos; soportamos la ausencia de transparencia, de normativa administrativa mínima. Soportamos discriminaciones en las retribuciones (lo que ocurre con las plazas de tercera ocupadas por fiscales de segunda durante décadas y casi 1000 euros menos de retribución mensual es de escándalo); aguantamos un régimen disciplinario vergonzoso que permite -por ejemplo- que el instructor de un expediente a un fiscal sea elegido a dedo por el Fiscal General que finalmente ha de imponer la sanción; soportamos sin reacción la soberbia que impide disculparse a unos compañeros cuando determinan la expulsión ilegal de un fiscal extraordinario; soportamos la inexistencia de una Carrera profesional digna de ese nombre; o la no investigación de los acosos laborales; soportamos los abusos de asociaciones dominantes o la politización de la Fiscalía. Creo que nos hemos acostumbrado, y creo que hay que decirlo para empezar a reaccionar: "las llagas sociales no se curan ocultándolas, sino al revés, midiendo su extensión y profundidad, y estudiando su origen y naturaleza para aplicar el oportuno remedio".
Si lo mejor de la LEcrim su preambulo, no obstante venga a decir el sr. Alonso como si el no tuviera en su mano haber cambiado todo , pero me parece que no se fiaba mucho de la figura del fiscal.
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