No hace mucho me propusieron hacer un relato de mi
primer juicio. Además de aceptar el reto, faltaría más, ello me llevó a hacer
memoria no sólo de mi primer juicio, sino de mis primeros pasos en esta
carrera, hace ahora ya más de veinte años.
Y recuerdo como si fuera ahora mi primer contacto con
aquello que sería una constante en mi devenir diario como fiscal, hasta hoy
mismo: la carpetilla. Un folio doblado por la mitad –salvo casos muy
especiales, en que eran sin doblar y de cartón- que teóricamente, contenía toda
la sabiduría necesaria para enfrentarme exitosamente al juicio que se me venía
encima. O a los juicios, en la mayoría de casos.
Y allí estaba
ella, desafiándome, deseosa de que la desprendiera de su gomita –otro clásico-,
como si fuera un Kinder Sorpresa y yo
la niña del anuncio. Las había, y las hay, de diversos grosores eincluso de
diversos tamaños y, en cuanto al color, por aquellos tiempos, se distinguían
entre sí por el diverso grado de amarilleo y manoseo. Y por lo que respecta a su interior, como todos sabemos, de muy
variado nivel.
Pronto aprendemos todos en esta carrera el valor de
estos tesoros, con el que el compañero que ha calificado te vende al juez o
tribunal. De él depende gran parte de tu éxito o fracaso y, lo que es más
importante, el éxito o fracaso de la pretensión del ciudadano, destinatario
final de nuestro trabajo. A lo largo de mi carrera me las he encontrado de todo
tipo, desde aquéllas que sólo contenían una frase y te llevaban a acordarte de
todos los ancestros de su autor, hasta aquéllas que por sí solas hubieran
ganado el juicio.
Pero creo que ya sería hora de superar eso. Queda
cuanto menos chocante que en pleno siglo XXI los fiscales acudamos a juicios
armados y pertrechados de un montón de folios, doblados o no, atados con
gomitas y un código obsoleto lleno de post-its –si nos atenemos a los que nos
proporcionan-. Que, a veces, lo más importante sea rellenar los espacios
preordenados a decir quién fue a juicio, y si se elevaron o no las conlcusiones
a definitivas, en lugar del desarrollo de éste. Y que dependamos de lo que el
compañero haya tenido a bien meter dentro -siempre que se haya asegurado de
grapar para evitar pérdidas-, y de cómo haya resumido las cosas en ese otro
engendro llamado extracto, que a veces ni siquiera se entiende porque siguen
quedando muchos manuscritos y con letra ilegible.
Pero, si la carpetilla es un clásico, hay otro que lo
es más, si cabe: el cuño de “Visto”. El arma fundamental de todo fiscal que se
precie. Como sabemos, los hay básicos, con solo impresa la palabra “visto”, y
del más alto nivel de sofisticación, con rueda giratoria para poner la fecha y,
el nombre del fiscal. Y el famoso de “fecha ut supra”, destinado a salvar toda
traba que se nos presente. Y, como todos sabemos también, ese “visto” es casi
la medida de todas las cosas, que tanto sirve para dar carpetazo a una causa de
miles de folios como para despachar un anodino robo con autor desconocido. Y,
por supuesto, para medir los tiempos, de ahí ese indeterminado “fecha ut supra”
que deja todo en el aire y da la sensación de que necesitamos curarnos en
salud.
¿No ha llegado ya la hora de modernizarnos? ¿Cómo es
posible que sigamos dependiendo de estas cosas? ¿Cómo no se prevé de una vez el
modo de acceder a lo más importante del proceso si necesidad de miles y miles
de fotocopias?.
La respuesta es obvia. Y como casi todo lo obvio,
ignorada. Un sistema informático que no hace sino duplicar estos trámites no
ayuda. ¿Cómo va a hacerlo, si ni siquiera han previsto que los extractos de la
pestaña correspondiente no se dirigen a ningún Ilustísimo/a Magistrado/a Juez,
y que la casilla de enviar al Juzgado es una mera burla, porque todos sabemos
que hay que saltársela porque no está previsto el envío?
Pero en fin. Igual son cosas mías y todos sois
felices con nuestras carpetilla mostosas atadas con gomitas más mostosas aún,
con nuestros códigos llenos de pegatinas, con los cuños que chorrean tinta y
cómo no, con los bolígrafos verdes, de los que siempre está lleno el cajón de
material y son útiles como ninguna otra cosa de este mundo. Ya me iréis
contando…
SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal (Fiscalía Provincial de Valencia)
Bravo Susana. Gracias por ocuparte de este tema. En Madrid, e imagino que en otros sitios, las carpetillas viajan por valija desde calle Santiago de Compostela o calle Julian Camarillo hasta Capitan Haya. Los fiscales somos los chicos del carrito. Con estos carritos, ahora modernas maletas ultraligeras de 4 ruedas, vamos en el metro a Capitan Haya a recogerlas. De ahí otra vez en metro con el carrito lleno de carpetillas, nos vamos a Julian Camarillo o a Santiago Compostela a hacer los juicios. Allí dejamos las carpetillas. Pero si éstas son de delitos económicos, medio ambiente, o siniestralidad laboral, entonces las volvemos a cargar en el carrito de vuelta a Capitán Haya. Otras veces el carrito con carpetillas viaja ida y vuelta hasta Alcalá de Henares, Mostoles etc. Parecemos el repartidor supermercado. Un esfuerzo físico adicional para los fiscales de trinchera.
ResponderEliminarEs muy importante tu entrada, todo explicado con fina ironía. La fiscalia tiene mentalidad siglo XIX, medios materiales siglo XX mientras que nuestra función es perseguir criminalidad siglo XXI
De acuerdo con el comentario anterior, solamente añadir que los numerosos jefes o caciques, casi más numerosos que los fiscales o indios, no creo que hayan pasado del siglo XVII, y eso siendo extremadamente generosos.
ResponderEliminarTengo amigos en la Guardia Civil, y a pesar de ser una Institución también carpetovetonica, parece que sus miembros, con valentía, y arriesgándose a ser perseguidos y sancionados, están consiguiendo modernizarla... ¿Seremos capaces de hacer lo mismo?