Estoy asistiendo a una reunión de Fiscales europeos y norteafricanos sobre inmigración ilegal. El problema es apasionante porque alrededor de este problema se cruzan intereses muy complejos. Aunque los puntos de vista de todos son semejantes, hay algunas cuestiones que son un problema y me parece a mi que es más cuestión de mentalidad que de otra cosa. Los países árabes no entienden -y lo consideran incluso algo ofensivo a su soberanía-que se deniegue por los paises europeos la extradición en casos de pena de muerte. Como aquí también hay algún fiscal canadiense, me comenta que durante mucho tiempo los americanos se indignaban por la misma exigencia que se les planteaba por sus vecinos del norte: garantías de no aplicación de la pena de muerte.
Esas cosas me llevan a pensar que incluso en las personas más inteligentes, las mentalidades -es decir, el ambiente en el que uno ha sido educado, la cultura que ha asimililado- son una barrera para el entendimiento. Si trasladamos esos problemas, que aquí visualizamos tan claramente, a otras cuestiones más próximas a nuestra vida diaria, veremos que muchas veces no hay solución para entenderse incluso desde la mejor de las intenciones: se piensa diferente porque se tiene mentalidad diferente. Estoy pensando -por ejemplo- en la religión, en el concepto y límites del poder, en el temor al extranjero o en los nacionalismos.
Efectivamente, el problema de los principios legitimadores del poder punitivo del Estado (háblese de culpabilidad, de humanidad de las penas, de intervención mínima... incluso de legalidad), está íntimamente unido a la sociedad que los determina, en el sentido de que no se trata -creo yo- de axiomas metafísicos indiscutibles, sino de medios necesarios, innecesarios, permitidos o prohibidos, en función de las circunstancias, evolución, grado de control y/o necesidades de la sociedad que los enuncia.
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